Reflexión

Publicada en Río Negro el 12-11-08

Cada vez que se acerca el 24 de marzo se conmemora (desde este año con un poco comprensible feriado) el inicio de la que fue probablemente la más negra de las páginas de la historia Argentina.
Sin embargo, me consta que muchos no saben cuando finalizó esa triste etapa de supresión de la democracia.
Hace 25 años, exactamente el 30 de octubre de 1983 los argentinos asistían a las urnas y eligieron contra muchos pronósticos al candidato no peronista, Raul Alfonsín.
Lamentablemente, la historia empieza a rescatarlo tarde. Alfonsín era mala palabra durante los 90, gracias al incipiente bienestar económico de la primera presidencia de Menem, que contrastaba con la imagen de hiperinflación y saqueos (sospecho que provocados) de los últimos días del hombre de Chascomús.
Hay mucho más para decir de Alfonsín y del verdadero concepto de democracia. Una democracia incipiente, débil y moldeable, que Alfonsín intentaba dar forma, con un profundo respeto de las instituciones.
Jugó a todo o nada.
Una de sus primeras acciones de gobierno fue una fuertísima apuesta, enjuiciar a las organizaciones guerrilleras y a las juntas militares que gobernaron la Argentina entre 1976 y 1982, el resultado fue el enjuiciamiento y encarcelamiento de los líderes militares. No cayó nada bien en las Fuerzas Armadas esta decisión y continuos sublevamientos de la amplia mayoría de los militares obligaron a la negociación de Semana Santa en el 87 que trajo como resultado la sanción de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida que, vale destacar, fueron sancionadas por el Congreso (a diferencia de los decretos). Si bien quizás fue inoportuno y poco político en el manejo confrontativo del tema militares, sus acciones empezaron a debilitar a las fuerzas, tarea que se concluyó con métodos menos transparentes en el gobierno de Menem y que los Kirchner no hicieron más que dar el tiro de gracia y llevarse los laureles.
Otro fuerte desafío que encaró fue el intento de democratizar a los sindicatos, que quizás hubiese herido gravemente el poder personalista del cartel de los eternos líderes sindicales. La ley planteaba la inclusión de las minorías en la conducción de los sindicatos. Este inciativa, también pasó por el Congreso y fue aprobada en la Cámara de Diputados y rechazada por un voto entre los Senadores.
Alfonsín también intentó trasladar la Capital de nuestro país a la Patagonia, para terminar con el federalismo de la boca para afuera y avanzar a un más profundo federalismo real. También se sancionó una ley con amplias mayorías en ambas cámaras, pero nunca se pudo llevar a cabo.
Hace 25 años, en la Argentina volvía la democracia, y se hablaba de sentar de bases y estructuras sólidas para el desarrollo del país, lamentablemente el líder de ese proceso, que sin dudas tenía un proyecto de país fue devorado por la coyuntura. Mal o bien puso la piedra fundamental de algo que nunca empezó a construirse.

A 25 años de ese histórico momento, el deterioro institucional, la baja calidad de los dirigentes, la desconfianza de los votantes y el extremo cortoplacismo son moneda común en nuestra sociedad.
Reitero que considero importante la reflexión cada 24 de marzo sobre el inicio de una etapa oscura, para que no vuelva nunca más. Pero me parece tremendamente importante la reflexión del 30 de octubre sobre estos 25 años de democracia, sobre lo ocurrió y sobre lo que viene. Lamentablemente tenemos que hacerlo por nuestra cuenta, porque ningún sector político nos va a fogonear a hacerlo, ya que quizás no es útil a sus intereses, pero es nuestro deber como ciudadanos.