En el interior de los barrios

Traducción de Amelia Gutierrez, del artículo publicado por The Economist (22/3/14) sobre la situación en Venezuela.

La cola afuera del supermercado Mikro se extiende en ambas direcciones a lo largo de la Avenida Sucre en el oeste de Caracas. Unas 200 personas, de todas las edades, se protegen lo mejor que pueden del sol del mediodía con la esperanza de llegar a la puerta antes de que se acaben el azúcar o la harina. "Hace una hora y media que estoy acá" dice una anciana con amargura, cerca del comienzo de la cola. “Y dicen que la harina ya se terminó." Esto es Catia, un distrito pobre a pasos del palacio presidencial y por mucho tiempo un bastión de apoyo al gobierno. Pero el fervor de ese apoyo se disipó desde la muerte, un año atrás, del presidente Hugo Chávez, cuya tumba está en las cercanías.

Durante las últimas seis semanas Venezuela ha sido asolada por disturbios que dejaron alrededor de 30 personas muertas. Todas las ciudades grandes han visto confrontaciones violentas en sus calles, que plantean preguntas tanto para el régimen como para los vecinos (ver Bello). Líderes de la oposición han sido arrestados: el alcalde de San Cristóbal, donde empezaron las protestas, fue detenido el 19 de marzo. El desabastecimiento de alimentos, el costo de vida y el crimen violento están entre las principales quejas de los manifestantes. Pero en la mayoría de las ciudades la violencia y las barricadas estuvieron concentradas en los distritos de clase media. La mitad oeste de la capital -que, a diferencia del este y el sudeste de Caracas, está dominada por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV)- ha permanecido prácticamente intacta. "Este es un país patas para arriba," dice Kelvin Maldonado, un activista chavista. "Los ricos protestan y los pobres están conformes".

Fieles, hasta cierto punto.
La conformidad, sin embargo, es más aparente que real. "Los mismos problemas que tienen allá," dice Mercedes Rodríguez, una pensionista del oeste de Caracas, "los tenemos acá también." Desde hace un mes, la señora Rodríguez ha estado tratando de conseguir las pastillas que necesita para controlar su presión arterial. “No hay ningún lugar donde no haya buscado,” dice. También fracasa en la farmacia 4f, donde la mujer tras el mostrador dice que se quedaron sin el 40% de las medicinas que venden normalmente. Cuando le preguntan por qué no hay barricadas en la Avenida Sucre, la pensionista sonríe irónicamente. "Quizás hay más represión", dice.

Dos banderas negras flamean en la punta del bloque 15-A, parte del plan de viviendas 23 de Enero, que da sobre la avenida. “Esos son los Tupamaros,” dice un vendedor callejero. Se refiere a una banda de previos guerrilleros urbanos que formaron un partido político después de que Chávez subió al poder en 1999, aunque sin entregar sus armas. “Las cosas son más tranquilas acá [que en el este] gracias a ellos.”

Bandas civiles armadas, fieles a la "revolución" y conocidas eufemísticamente como colectivos, actúan como guardias comunitarios. "La mayoría son criminales", dice José Quintero, un activista opositor de ProCatia, una organización no gubernamental "y están armados hasta los dientes."

Desde que el conflicto se tornó violento a mediados de Febrero, individuos que se sospechan miembros de los colectivos han sido filmados y fotografiados usando armad de fuego contra los manifestantes. Actuando de acuerdo con las fuerzas de seguridad, son acusados por la oposición de numerosas muertes (lo cual niegan). Su puño de hierro sobre las comunidades más pobres es una razón por la que los barrios han permanecido callados.

Otra es el miedo generalizado de perder beneficios tales como vivienda, empleo o comida subsidiada, de los cuales depende la lealtad política. El boom del petróleo que comenzó en 2002 permitió a Chávez montar una plétora de programas clientelísticos, conocidos como "las misiones". Salud y educación fueron el foco principal de esas iniciativas, que suplían en cantidad lo queles faltaba en calidad. La pobreza fue ampliamente reducida. Cuando el precio del petróleo se estancó, también lo hicieron las ganancias sociales. La dirigencia de la oposición Unión Democrática (MUD) no ha logrado hasta ahora sacar partido del descontento resultante. Los críticos dicen que todavía tiene que convencer a los antiguos chavistas de que va a defender sus intereses.

En el oeste de Caracas, su tarea se ve dificultada por la amenaza de la violencia Chavista. y por si eso fuera poco, nicolás Maduro, el presidente, recientemente prohibió las marchars en esa zona de la ciudad, que es donde las instituciones gubernamentales más vitales -incluído su despacho- están ubicadas.

Un sondeo reciente realizado por Datos, una empresa encuestadora, encontró descontento con el gobierno a través de todo el espectro social. sólo el 27,1% de los encuestados se describieron a sí mismos como pro-gobierno, el 43.7% favoreció a la oposición. Más de siete de cada diez tenía una visión negativa de la situación hoy y más de la mitad creía que va a ser peor dentro de seis meses.
Habiendo sido designado por el propio Chávez, el señor Maduro cuenta con una lealtad residual. No hay muchas alternativas populares. Pero más del 40% de los que apoyan al gobierno culpan al presidente por el crimen y los problemas económicos. Casi el 90% de todos los venezolanos dijeron que el gobierno debería cambiar sus políticas, y un asombroso 64% favoreció deshacerse de él "por medios constitucionales" tan pronto como sea posible.
El MUD está dividido. Algunos quieren que Maduro renuncie. Sus líderes creen que hacer campaña por un cambio de régimen juega a favor de las acusaciones gubernamentales de que la oposición está intentando un golpe de estado.
Quintero tiene un punto de vista algo distinto. Cree que los opositores radicales simplemente salieron antes de la largada. En dos o tres meses, dice, los desabastecimientos de comida y artículos de primera necesidad van a ser tan severos que los barrios pobres van a explotar como hicieron en el Caracazo en Febrero dr 1989, cuando una ola de revueltas y respuestas de mano dura causaron cientos de muertes.
“Cuando ya no puedan encontrar nada de comida, va a ser como1989", dice."La gente va a salir a las calles, y no van a volver a sus casas." después de eso, nadie sabe qué puede pasar.