La UCR debe volver

Uno de los más importantes pilares de cualquier democracia presidencialista (como la nuestra) es la alternancia en el poder, significa que cada cuatro, ocho o a los sumo doce años, los sillones de los gobernantes cambian de manos, se retiran todos los funcionarios del gobierno anterior para dejar lugar a los funcionarios de otro partido. Esto no solo evita el perjudicial enquistamiento en el cargo, sino que también exige que el viejo gobierno entregue con prolijidad las cuentas y ejecuciones de los programas.
La ciudadanía está enterada de los beneficios del sistema y vota mayoritariamente a uno u otro partido. Lo que hace que el bipartidismo sea la mejor configuración para este sistema.

Parlamentarismo.
En las democracias parlamentarias la situación es algo más compleja. La ciudadanía vota tanto a un presidente (de centro-izquierda o centro-derecha) que es una figura diplomática y decorativa, como a los miembros del parlamento, que son los que eligen al primer ministro (que es el jefe del gobierno) en base a alianzas para lograr la mayoría. Si uno de los bloques, de un día para otro, decide restar apoyo al primer ministro y este pierde la mayoría en el congreso, el gobierno automáticamente debe buscar nuevas alianzas y mayorías o renunciar. En caso de que esto último ocurra, empieza nuevamente una serie de acuerdos y negociaciones que debe concluir en una mayoría que esté de acuerdo en nombrar a un nuevo primer ministro.
Esta situación hace que pequeños partidos, a veces con menos del diez por ciento de los votos, sean extremadamente importantes a la hora de tejer alianzas para formar gobierno.
Una vez más el ejemplo sui generis es la Argentina (presidencialista y casi monopartidista), que hoy en día tiene un solo partido importante y varios partidos oscilantes que aparecen y desaparecen constantemente, pero ninguno logra consolidarse como alternativa.

Inalternancia
Hace 20 años que la Argentina está gobernada por el mismo partido, con un pequeño intervalo de dos años que solo fue posible porque el partido gobernante no le dio pleno apoyo a su candidato y vio con mejores ojos que gane la oposición. Es decir, hace 20 años que un gobierno no revisa cuentas del anterior, que los mismos personajes están sentados en las mismas sillas (o al menos en la misma mesa). Esto genera que se perfeccionen los métodos de corrupción, que los lazos entre política y establishment se profundicen, que se consideren válidos (por usos y costumbres) prácticas ilegales e inconstitucionales, tanto a nivel político como económico. Y que este deterioro se produzca lentamente, agravándose año a año.
Este deterioro constante de las instituciones republicanas, ha hecho que el partido dominante muestre casi siempre alternativas oficialistas y no oficialistas, y que los radicales, se vean más seducidos por incorporar a los peronismos disidentes que por la unión del propio partido.
Hoy no sorprende que los dirigentes cambien de partido, que funden nuevos partidos y que se alíen con viejos enemigos, o que muchos de los opositores sean del mismo partido que gobierna. Curiosidades no aptas para sistema presidencialista.

Oportunidad
Este sistema no permite medias tintas. En mano de los políticos está la unión de todos los dirigentes radicales, de volver a mostrarse como alternativa y de dirimir sus diferencias en elecciones internas y no abriéndose del partido, ni mucho menos tentando a peronistas camaleónicos.
Es el momento ideal para hacerlo, después de que el peronismo ha demostrado que sus complicadas artes políticas no han favorecido en nada el desarrollo institucional del país, y que radicalismo siempre fue un partido más respetuoso de la democracia, de la república y de la constitución.

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