Hace tan solo tres años vivíamos un día del periodista bastante diferente al actual.
Aún no se había desatado la batalla Gobierno-Clarín y todos los medios de comunicación eran más o menos creíbles. Se sabía, por ejemplo, que sin ser obvio Clarín era pro-K y que Página/12 era abiertamente oficialista. Cualquier lector sagaz podía descremar la tendencia de lo leído y sentirse bastante informado.
En esos tiempos había un solo 'bando', que se preocupaba tanto por dar información confiable, como por marcar tendencia (normalmente oficialista).
A partir de algún episodio de 2008 la cosa empezó a cambiar. Y durante la crisis del campo se hizo notoria esta situación.
No podemos recriminarle a Clarin el hecho de haber sido oficialista primero para luego estar más cercanos a la posición del campo, ya que siendo un diario popular, es entendible que esté de acuerdo con las opiniones de la mayoría. Pero probablemente algo a nivel negocios alejó al diario del gobierno.
Con la ley de medios el escenario empezó a dividirse y las posiciones se polarizaron. Un bando fuerte 'los clarinistas' y un grupo débil 'los oficialistas'. Estos últimos explicaban que el bando clarinista era más numeroso debido a la gran cantidad de mercenarios.
Meses después 'los oficialistas' fueron creciendo en número (incorporando también mercenarios) y las posiciones se fueron aún más hacia los extremos.
Hoy tenemos periodistas (otrora respetables) que se preocupan por ventilar las miserias del bando contrario y de omitir las propias, marcando profundas tendencias que generalmente trascienden lo ideológico. Ya no estamos en condiciones de distinguir en un periodista si es o no un mercenario.
La posición moderada de hace tres años no existe más y los ciudadanos que no queremos tomar posiciones extremas estamos más desinformados que nunca.